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Bután, el reino secreto

EL REINO DE BUTÁN, PEQUEÑO Y MONTAÑOSO, YACE INALTERABLE AL PASO DE LOS AÑOS A LOS PIES DE LAS MONTAÑAS SAGRADAS DEL HIMALAYA Y ES, SIN DUDA, UNO DE LOS SECRETOS MEJOR GUARDADOS DEL SUR DEL CONTINENTE ASIÁTICO.

La publicidad turística suele presentar Bután con el alias de Sangri-La. Se trata de un país distinto en la cordillera más alta del planeta. Un reino cerrado al mundo hasta hace tres décadas y que ahora atraviesa una fase de transición en la que se intenta conjugar las tradiciones enraizadas en el país con una abertura gradual –aunque imparable- hacia el exterior.

Bután desafía nuestra imaginación en más de un sentido. La tradición, nunca interrumpida, ha guardado aquí intactos sus gestos, ceremonias, fiestas, trajes y hábitos, sus modos de cultivar, construir, de vivir y morir. Aldeas y valles aparecen dominados por los dzongs, esas imponentes fortalezas-monasterios donde conviven monjes y administradores civiles. La población, mayoritariamente rural, labra su propia tierra, cuida su propio ganado, posee su propia casa y se afana en una agricultura de subsistencia.

El monarca butanés Singye Wangchuck acuñó el término felicidad interior bruta. El concepto pretende definir la prosperidad de un país en función del bienestar de sus ciudadanos, en lugar de centrarse en su crecimiento económico, y gira en torno a cuatro pilares básicos: el desarrollo equitativo en el terreno económico y social, la preservación y la promoción de la herencia cultural y espiritual del país, la conservación del entorno y un gobierno sólido, plural y justo. Se trata de una ecuación que combina la modernización y el progreso de Bután y la base de la identidad del pueblo butanés.

La abertura a los visitantes extranjeros es un proceso lento, no exento de complicaciones. La curiosidad que se genera en torno a este mítico país despierta los anhelos de muchos de nosotros, y a la vez los recelos de las autoridades que, no sin razón, temen que con el exceso de turismo se pierda su rico acervo cultural. Uno de los sistemas que tiene el gobierno de limitar el flujo de turismo es un riguroso control de visados. Otro sistema, más efectivo, es el elevado precio que hay que pagar para viajar por estas tierras y que convierten a Bután en uno de los destinos turísticos más selectivos del mundo.

Tan caro destino ofrece espectáculos impagables. Como la aparición del nevado Chomolari (7.400 metros), unas curvas después de la ciudad de Paro (la capital), o la del cercano monasterio de Takshang (El Nido del Tigre), colgado en una pared vertical, a 3140 metros de altura. Alcanzarlo supone invertir cerca de tres horas de espectacular caminata entre pinos centenarios. Un momento estelar del viaje, sin duda, como también lo es la visita a la fortaleza de Tongsa, un inmenso castillo de piedra encalada sobre un escarpado promontorio.

El «Nido del Tigre»

ENTRE TRADICIÓN Y MODERNIDAD

Timphu, otra parada, representa el nuevo Bután. La ciudad no existía antes de que el padre del actual rey decidiera reconstruir el Tashichoedzong, sede de la Asamble Nacional. Por cierto, el rey ilustra bien las recientes contradicciones de un país entre la modernidad y la Edad Media; un ejemplo si se quiere anecdótico: el tiro con arco es el deporte nacional de Bután pero el rey, curiosamente, prefiere jugar al baloncesto… Aunque es probable que esta afición la adquiriera durante su estancia juvenil en Inglaterra no puede negarse que un deporte como el tiro con arco butanés, en el que se permite la mofa del contrario, saltar delante de la diana cuando el otro dispara, o intentar distraerlo con vino, seductoras bailarinas y otras tentaciones, es indudablemente poco regio.

Taj Buthan, un hotel de superlujo en el corazón de los Himalayas

Si Timphu encarna el devenir, la fortaleza-monasterio de Punakha es el corazón del viejo Bután. La ciudadela se asienta en la confluencia de los ríos Madre (Mo Chhu) y Padre (Pho Chhu). Simbolo de un pueblo de guerreros y monjes aquí habitan sin confundirse los poderes laico y religioso. Sus innumerables salas y corredores se sumergen en un silencio propicio para la meditación de los monjes.

Monasterio-fortaleza de Punakha

Silencio que se interrumpe una vez al año. Y es que la mayoria de dzongs albergan los festivales religiosos o Tseshu, la gran fiesta. Danzas y máscaras en honor de Guru Rimpoche, quien trajo el budismo a estas tierras en un lejano siglo VIII.

Lo cierto es que no es verdad que aquí el tiempo se haya detenido en una Edad Media improbable: los butaneses caminan pero lo hacen a su propio paso…

Fuente: espírituviajero.com

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